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miércoles, 14 de julio de 2010

THE ROAD: ¿Quién quiere vivir así?

En más de una ocasión me he preguntado - dadas las noticias y realidades contemporáneas, adosadas con la enorme cantidad de filmes sobre próximos holocaustos causados por el hombre – si querría vivir en un mundo tan frío y gris como el que daría por resultado un desbarajuste ecológico o tecnológico mundial. Y mi respuesta sigue siendo “De ninguna forma”. Bien, pues ahora, luego de ver esta película, creo que agregaré un par de signos de exclamación a mi respuesta inicial.



The Road, protagonizada por Viggo Mortensen y Charlize Theron, habla sobre el resultado de un mundo sin flora ni fauna. Sin días soleados ni mar azul. Habla sobre la vida después de la vida, donde un padre intenta proteger a su hijo del nuevo régimen social, en que los hombres se comen entre ellos, porque ya no hay más alimento en el mundo. Todos han muerto y lo que han sobrevivido son caníbales, vándalos y desalmados.

Por eso comprendo perfectamente la disyuntiva de Charlize, la madre del niño, cuando le pide a Viggo terminar con su embarazo antes de tiempo. Con su embarazo y con su vida. Tiene una pistola con 2 balas, que le ruega utilizar en ellos para no alargar más la agonía de ese nuevo mundo. Me parece que su ruego tiene un sentido de escape y liberación que él no consigue ver.

La película se desenvuelve de tal forma, que los protagonistas pueden tanto ser los “chicos buenos” como los “chicos malos” durante la película. La única distinción entre estos y los otros parece ser el principio de no cometer canibalismo. Este es el parámetro que establece el padre con su pequeño hijo, mientras vagan por las ciudades destruidas camino al sur en búsqueda de algo mejor que el presente y el ahora.

The Road es una película de difícil digestión. Tiene momentos muy duros de ver para el espectador sensible, silencios tensos y miradas tácitas que pueden quebrar al oyente a través de la pantalla. El canibalismo y la muerte son una realidad normal dentro de la métrica de esta historia, y el niño, aunque pequeño y definitivamente inocente, debe aprender a utilizar una pistola si llega el momento. Está curtido de lo que ha visto y de lo que ha huido. No sabe qué es ni para qué sirve un árbol de navidad. Jamás ha probado una gaseosa. Sólo conoce el amor de su padre, el recuerdo de su madre y el más terrible miedo a la raza humana que se pueda contemplar en la pantalla.

Viggo, por su parte, está demacrado y famélico, sucio y, si es posible, más silencioso que de costumbre. Es un perro callejero. Un perro hambriento que defiende su cría con uñas y dientes. Soberbio en su actuación, parece ser que este papel le acomoda perfectamente ya que no le teme a las escenas difíciles ni parece quebrarse cuando lo impensado comienza a suceder en su mundo personal. Está entregado a su papel, comprometido como si en vez de cámaras, hubiesen sido ojos los testigos de esta transformación en un ser del nuevo, espantoso, mundo.

Recomiendo una visita a Fantasilandia al terminar de ver la película. Y mucha, mucha azúcar

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